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Me llamo Carlos Calderón y soy educador social. Llegué al centro en el año 2017. Aún recuerdo mi primer día, lleno de nervios y muchos miedos; pero con una ilusión y alegría difícil de explicar. Las primeras palabras con los chicos y chicas del momento, las primeras miradas, las primeras tomas de contacto… Desde el comienzo, sentí que recibí una acogida y acompañamiento por parte de mis compañeros, que me acercaron a la familia salesiana. Qué curioso… justo aquello que tenía que comenzar a hacer con los jóvenes como tarea educativa.
Tengo la suerte de haber crecido cerca del barrio, por lo que sabía de la existencia en menor o mayor medida del centro, aunque tengo que reconocer que no tenía muy claro la labor de las personas que trabajaban o acudían todos los días como participantes. De pequeño, cuando mi madre tenía un rato libre por las tardes, nos llevaba a un amigo y a mí a jugar a la pelota a esta misma plaza donde se sitúa el centro. Veía a chavales entrar y salir, y pensaba que sería simplemente un lugar donde harían algún cursillo de informática o del estilo. ¡Quién me iba a decir que pasados unos años trabajaría enfrente del lugar donde en ocasiones jugaba de pequeño!
Conocí el sistema preventivo de Don Bosco al comenzar mis estudios en la universidad, siendo un modelo pedagógico y educativo que me representaba por los valores personales que he ido aprendiendo a lo largo de mi vida. Para mí la presencia y el estar con los jóvenes, desde el juego y en un contexto de alegría; son pilares básicos en mi forma de acompañar. Me gusta mostrar mi presencia a través del humor y de la escucha, al igual que en mi vida personal y social; para hacer sentir a las personas lo más alegres y cómodas posibles.
Siempre me gustó enseñar, desde una forma diferente, a través de metodologías alternativas. Con la oportunidad de trabajar en el centro, me di cuenta de que mi verdadera vocación era la de ser educador social. He sido figura de educador de referencia de diferentes edades, desde niños y niñas de 10 y 11 años; hasta adolescentes de 17 y 18 años. Tengo tantas anécdotas con cada uno de ellos y ellas, que se guardarán en mi corazón. Los campamentos, para mí, son el momento de máximo disfrute con los chavales. Después de todo el curso escolar, nos vamos a una zona rural o urbana donde convivimos durante 5 días, y aunque la semana es muy exigente, terminas con una gran satisfacción por todo lo vivido.
Con esfuerzo y desde una postura de aprendizaje, fui creciendo a nivel profesional, pero también personal. Además de mi tarea educativa con los jóvenes, tuve la oportunidad de empezar en un proyecto con mujeres migrantes adultas, dando clases de alfabetización de castellano y digital. La experiencia desde el principio, fue increíble. Nunca imaginé que podría divertirme y aprender tanto de cada una de las mujeres que han pasado por el proyecto de Centro de Formación.
Hace unas semanas, el equipo directivo me propuso realizar la formación del Carisma Salesiano en Barcelona, un encuentro con alrededor de 30 educadores y educadoras de diferentes colegios y plataformas sociales de nuestra inspectoría. Me permitió reflexionar y compartir sobre mi tarea educativa, y aprender de otros profesionales la importancia de estar presente y ser luz. Dejar tu granito de arena puede ayudar mucho a las personas.
Me quedo con la vinculación educativa que he podido tener con cada una de las personas que han pasado por mi camino en el centro. Lo bonito de mi labor es la forma en la que puedes conectar con las personas, y cómo ellas te devuelven ese cariño en cualquiera de sus formas. Una experiencia difícil de explicar en unas líneas pero, sin duda, un privilegio que tengo el placer de vivir en el día a día.